Doha, 15 dic (EFE).- A presión desde la derrota por 1-2 contra Arabia Saudí en la primera jornada, hace 23 días, Argentina ya está en la final de Qatar 2022, después de recomponerse a base de victorias, en una demostración de resiliencia y una sucesión de partidos decisivos y decisiones que lo proponen para la conquista del mundo, con once goles a favor y tres en contra, al límite ante Países Bajos e incontestable frente a Croacia.
22 de noviembre. Estadio Lusail. El mismo escenario donde jugará el próximo domingo por el título, por reencontrarse con la cima y consigo misma en la historia de los Mundiales, 36 años después de México 1986 y Diego Armando Maradona. Argentina tomó ventaja por medio de Messi, que transformó un penalti. Todo iba rodado para la Albiceleste, ni tan concluyente en el juego, pero por delante en el marcador, hasta el abrupto segundo tiempo.
De repente, la reacción de Arabia Saudí lo zarandeó. Saleh Alshehri marcó el empate en el minuto 48, Salem Aldawsari culminó la remontada con el 1-2 en el 53. La zozobra. El miedo. Argentina, contra las cuerdas. No sumó ningún punto en la primera jornada. A la vez, Polonia y México, para su propio alivio, empataron horas después a cero. El mejor resultado posible para el equipo sudamericano, que abandonó Lusail decepcionado. En alerta roja.
"El primer partido fue un golpe muy duro para nosotros, porque veníamos de 36 partidos sin perder y empezar el Mundial así, con un rival que a priori se pensaba que podíamos ganarlo, fue una prueba durísima para nosotros y para este grupo", asumía Messi, su capitán, su líder, el pasado martes, recién alcanzada la final del Mundial, cuando miraba hacia atrás, a todo un recorrido que sometió a un examen estresante a la Albiceleste.
Tres días después. 26 de noviembre. Estadio Lusail. No hay vida en el Mundial sin triunfo. La presión era máxima sobre Argentina, que se enfrentó a México. Si perdía y Polonia vencía a Arabia Saudí, como hizo después, la eliminación sería irrebatible. El fracaso acechaba. El grupo lo sentía, atenazado como se le veía sobre el terreno de juego, agitado en su once por Lionel Scaloni, que tomó decisiones para relanzar a su equipo. Es la primera 'final'.
El técnico introdujo cinco cambios en el equipo inicial: fuera los laterales Nicolás Tagliafico y Nahuel Molina, el central Cristian Romero, el medio centro Leandro Paredes y el extremo Alejandro 'Papu' Gómez; dentro Gonzalo Montiel, Lisandro Martínez, Marcos Acuña, Guido Rodríguez y Alexis Mac Allister. La revolución surtió efecto en la victoria, no tanto en el juego. Los goles de Lionel Messi (m. 64) y Enzo Fernández (m. 87) dieron oxígeno a Argentina.
"El grupo volvió a demostrar lo fuerte que es, sacando partido a partido adelante", repasó el pasado martes Messi, que alcanzó la última jornada aún sin la certeza de la clasificación: Polonia era primera de su cuarteto, con cuatro puntos; Argentina era segunda, con tres, los mismos que Arabia Saudí y México era cuarto con uno solo. Si la Albiceleste perdía en la última cita había un riesgo real de quedarse fuera. De hecho, habría sido eliminada.
Pero Argentina reaccionó de verdad contra Polonia. Liberada de la presión de la primera victoria, sofocado el revés ante Arabia Saudí, dependía de sí misma. Su victoria contra Robert Lewandowski y compañía sí fue incontestable, más allá del 2-0 o de que los goles no llegaron hasta el segundo tiempo. Ni el 1-0 de Alexis Mac Allister -consolidado en el once tras la derrota ante Arabia, desde la segunda cita en adelante- ni el 2-0 de Julián Álvarez, que entró en la titularidad para no soltarla desde entonces: 4 goles en 4 encuentros.
Scaloni insistía entonces en la confección de su once tipo en el Mundial. Nahuel Molina y Cristiano Romero volvieron al once, tras su titularidad ante Arabia Saudí y su suplencia frente a México (ambos jugaron de inicio la semifinal ante Croacia y apuntan a la alineación titular en la final contra Francia). Y entró Enzo Fernández, que se ha hecho indispensable desde entonces, al igual que Julián Álvarez, Mac Allister o Acuña, suplentes en el debut.
En octavos, contra Australia, ya con más recorrido para el once, sin tantos cambios, salvo el obligado por una sobrecarga de Ángel Di María, consolidadas el resto de posiciones, Messi marcó el 1-0 en el minuto 35, Julián Álvarez aportó el 2-0 en el 57 y el gol en propia puerta de Enzo Fernández alteró el final, cuando Argentina debió recurrir a la actuación de su portero 'Dibu' Martínez. Pasó a cuartos. De fondo, Países Bajos, invencible hasta entonces.
En cuartos, ante el conjunto neerlandés, Scaloni le dio una vuelta al sistema. Pero su once estaba ya reafirmado. En comparación con otros pasajes, presentó una sola variación por la nueva estructura de cinco atrás para contrarrestar la táctica que también propone con esa formación Louis Van Gaal: Lisandro Martínez por Papu Gómez. Por delante por 2-0, con goles de Nahuel Molina y Messi, Argentina encaró una situación que lo puso a prueba de nuevo, con el 2-2 de Países Bajos, la prórroga y los penaltis.
Sobrevivió Argentina. "Es muy difícil lo que hicimos, porque fueron todas finales, con el gran desgaste de jugar cada partido como una final. Somos conscientes de que si no ganábamos se complicaba. Jugamos cinco finales, pudimos ganar las cinco y ojalá la que viene sea de esta manera. Estábamos confiados en que lo íbamos a sacar, porque sabemos lo que somos como grupo y como equipo. Nos ayudó a crecer aún mas en el campeonato y nosotros en lo grupal", expuso Messi.
Sólo él, 'Dibu' Martínez, Nicolás Otamendi y Rodrigo de Paul han sido titulares de principio a fin en este Mundial, desde la derrota ante Arabia Saudí hasta el 3-0 a Croacia.
La quinta final fue el pasado martes, cuando sobrepasó a Croacia en las semifinales, quizá en su mejor partido hasta ahora en el Mundial, liberado ya de la presión que lo ha acompañado en todo el recorrido, rumbo a su sexto partido decisivo. El definitivo de verdad. El domingo, en el estadio Lusail, el lugar donde empezó todo, cuando afrontó una carrera de resiliencia desde la derrota contra Arabia Saudí.
Iñaki Dufour